Productividad, competitividad, empleo y Estado social (III), por Michel Leis

Billet invité. Traduction en espagnol par Myriam Fernández de Heredia. Texte en français, ici.

Competitividad

Es difícil para las organizaciones de empresarios franceses plantear un discurso reivindicativo sobre la productividad del trabajo en Francia, ya que esta sigue siendo una de las mejores del mundo. Esto es al parecer una situación favorable para los beneficios. Sin embargo, según las empresas, la insuficiente competitividad destruye las buenas cifras de productividad. Este es el mensaje del mundo económico destinado a los políticos, que la competitividad sería el requisito previo para restaurar el crecimiento, crear puestos de trabajo y acabar con el déficit. ¿Qué significa el término “competitividad”?

En teoría, la competitividad sería la capacidad de una empresa para vender sus productos o servicios en el mercado en las cantidades y aproximadamente al precio (y por lo tanto con el margen) deseado. En realidad, la competitividad añade otra dimensión a la productividad, la de las relaciones de poder. Se pueden situar [i] en la actividad de la empresa los puntos en los que se ejercen estas relaciones de poder que son la expresión misma de la competitividad.
Fig 1

Michel 01

En origen, el precio pagado a los proveedores y subcontratistas refleja un complejo sistema de relaciones de poder que representa un determinante adicional de los aumentos de productividad. Establecer el equilibrio de poder favorable a su red de proveedores y subcontratistas permite minimizar las compras y así aumentar el valor añadido. En un sector en el que esta relación está bien documentada [ii] se aprecia así que se establecen para los subcontratistas objetivos de reducción de precios de un año a otro, situación obviamente insostenible a largo plazo. Si los subcontratistas directos consiguen mantenerse, no ocurre así con los subcontratistas de segunda o tercera fila, que están luchando para sobrevivir y se encuentran en una carrera para la reducción de costes por todos los medios, la robotización o la deslocalización.

Estas relaciones de poder son determinantes en la remuneración del factor trabajo. Cuanto más en favor del capital estén, menor será la parte correspondiente al trabajo en el valor añadido que supere los aumentos de productividad. Por ejemplo, los salarios iniciales no aumentan nada e incluso retroceden. Los « acuerdos de competitividad » dan lugar a disminuciones puras y simples de salarios. La indexación se vincula al desempeño de los trabajadores, los sistemas de bonificación benefician sustancialmente únicamente a los salarios más altos. En consecuencia, la parte disponible para remunerar el anticipo de capital es mayor. Después de un descenso inicial del 10% en la parte correspondiente a los salarios a mediados de los años 70, el movimiento continúa en los años 90, debido a las relaciones de poder que se establecen con los trabajadores. El aumento de la productividad o del valor añadido benefician principalmente a la remuneración de los anticipos de capital.
Fig 2

Michel 02

Medias trienales que empiezan y terminan respectivamente el primero y el último año indicados. El período comienza en el año 1990 para todos los países, excepto Japón (1991). Mediados de los años 2000 significa 2007 para Australia, 2000 para Canadá, 2005 para Francia y Japón, 2004 para Italia, 1999 para los Países Bajos y 2008 para España y los Estados Unidos. Fuente: OCDE (2012), « Proporción del valor añadido entre trabajo y capital: ¿Cómo explicar la disminución de la parte del trabajo? »

Como consecuencia, puede parecer erróneo hablar de relaciones de poder. Sin embargo, es la capacidad de crear una relación de dependencia del cliente con el producto la que determina la cuota de mercado y el precio al que se puede vender, y, en consecuencia, la cifra de negocios y el valor añadido. Sin embargo, el precio de venta cubre un fenómeno dual, es a la vez una propuesta que resulta validada o no, y es un equilibrio de poder. Es una validación, porque incluso si la empresa decide bajar el precio (por ejemplo, en caso de exceso de existencias o de pérdida de cuota de mercado), el cliente compra o no el producto propuesto. Es un equilibrio de poder, ya que si el cliente quiere comprar este producto, el precio que sea aceptado por el cliente refleja su nivel de dependencia. [III]

En definitiva, la capacidad de pago de los anticipos de capital es la combinación del nivel de productividad alcanzado y de las relaciones de poder que se expresan, en origen, en relación con los proveedores y empleados, y en destino, en relación con el cliente. Lo que expresa el discurso de la competitividad, no es sólo la oportunidad de vender productos en el mercado, sino este deseo de establecer un equilibrio de poder muy favorable y una alta productividad para remunerar los anticipos capital.

Sin embargo, sería un error ver en este discurso un mundo económico en su totalidad tendiendo hacia una búsqueda del beneficio. Detrás de la fachada de la unidad del discurso de las organizaciones patronales están surgiendo una serie de líneas de fractura. El discurso sobre la competitividad abarca realidades muy diferentes. Por una parte está la caza de los beneficios de las empresas dominantes, capaces de reproducir toda la gama de estrategias de aumento de la productividad y las relaciones de poder. Los discursos sobre la competitividad son sólo un nuevo ropaje para el discurso del darwinismo social y la interminable búsqueda de superbeneficios. Por otro lado, hay empresas en situación de dependencia más o menos pronunciada en relación con sus clientes. Como no pueden fijar sus precios de venta, raramente están en condiciones de obtener un buen precio para sus propios proveedores. Pero incluso entre las empresas que podrían describirse como dominantes se establece una carrera a la dependencia del cliente, no entre competidores que operan en el mismo sector, sino entre los sectores dominados por unos pocos oligopolios que luchan por capturar el presupuesto de los clientes.

La capacidad de una empresa para crear o no un equilibrio de poder favorable de hecho establece una oposición entre las empresas dominantes y las empresas dominadas y entre los sectores que tienen la capacidad de crear relaciones de dependencia con el producto y las que se sitúan directamente en la capacidad que tiene el cliente de elegir entre productos adictivos y productos útiles.

Que el mundo político intervenga en un sistema de relaciones de poder es en sí mismo un ejercicio delicado. Intervenir, no para apaciguar, sino para fortalecer estas relaciones de poder en nombre de la competitividad significa, en el mejor de los casos, un desconocimiento total de lo que está en juego, y en el peor, la marca de una colusión extrema con las élites económicas de las empresas dominantes. El resultado solo puede escapar al control de los políticos. Sin embargo, esto es lo que está ocurriendo todos los días bajo la mirada de aprobación de los medios de comunicación (en su mayoría privados) que nos sirven y nos vuelven a servir cotidianamente el discurso sobre la competitividad.

En el plano interno, las mecánicas complejas de ayudas establecidas en el nombre del trabajo o la política de la oferta benefician principalmente las empresas dominantes, que tienen tanto los medios para encontrar su camino en la jungla de las ayudas como la opción de reemplazar a intervalos regulares un empleo no subvencionado por un empleo subvencionado en virtud de la rotación regular de personal propio de las empresas muy grandes. Esta capacidad de optimizar las ayudas puede reducir los costes de mano de obra y aumentar la remuneración de los anticipos de capital, es decir, está aumentando las expectativas de beneficios. Este aumento de las expectativas de beneficios, junto con una percepción distorsionada del sistema de subvenciones les incita a conseguir más de sus proveedores y subcontratistas, que no tienen la misma capacidad de beneficiarse de estas ayudas, al menos no en las mismas proporciones.

Si ampliamos el campo, como hacen las empresas multinacionales (que son a menudo las empresas dominantes), tenemos un muy buen ejemplo de optimización fiscal. Esto es lo que el discurso patronal califica de competitividad fiscal, elemento por supuesto esencial para la competitividad global. Los países del Este están apostando fuerte en este ámbito para ganarse el favor de los inversores, mientras que algunos paraísos fiscales negocian con las autoridades fiscales de los Estados [iv] que ya son paraísos fiscales para garantizar tipos muy bajos. Las empresas dominantes, las del CAC40 (o del BEL20 en Bélgica) soportan tipos impositivos que representan entre la mitad o un tercio del tipo impositivo normal, y a veces incluso menos.

A través de las políticas de competitividad, que se dividen entre las subvenciones indirectas a la explotación y las políticas fiscales atractivas, los Estados favorecen a las empresas dominantes y contribuyen indirectamente a la presión que estas ejercen sobre los trabajadores y los proveedores: no hay razón para limitar los rendimientos del capital si los beneficios y las rentas del capital pagan tan pocos impuestos.

Pero al desplazar la presión fiscal sobre las clases medias mediante las políticas de austeridad, el Estado también interviene en la relación entre empresas y consumidores. El Estado hace lo fácil, tomar el dinero no dónde está, sino donde es más fácil de tomar. Como consecuencia indirecta de estas políticas, los gastos ya comprometidos pesan sobre los ingresos discrecionales de los hogares [v], la relación de dependencia entre el producto y el consumidor es cada vez más difícil de establecer. A estas políticas del Estado se añaden, obviamente, las empresas que están serrando la rama en la que se sientan y tratan de forzar la bajada de los salarios. La demanda solvente se va reduciendo a su mínima expresión.

Las estrategias de precios altos que se supone que representa el nivel de dependencia del consumidor dejan de funcionar. Algunos sectores de actividad pierden rentabilidad y experimentan crisis episódicas violentas, mucho más pronunciadas que la desaceleración de la actividad observada en el plano general. Más allá de las relaciones de poder específicas que se establecen entre los actores en el mismo sector, más allá de la degradación de las relaciones de poder basadas en la dependencia de los consumidores de los productos, más allá de la competencia entre las empresas se construye una metacompetencia cuya finalidad es simplemente la supervivencia de algunas industrias, al menos en Occidente. Porque si todavía existe la relación de dependencia, las restricciones en los presupuestos familiares son tales que sólo los productos de coste más bajo logran encontrar su lugar en el mercado. En la mayoría de los casos, estos productos se fabrican en países sin normas sociales, así es como la mayoría de la industria textil (excepto lo más alto de la gama) ha desaparecido de Europa Occidental; eso mismo podría pasar mañana con la automoción o los electrodomésticos. Algunas empresas multinacionales van a encontrar una solución al encontrar nuevos clientes en los mercados emergentes, pero las empresas poco internacionalizadas desaparecerán.

Esta lógica de metacompetencia trae consigo miles de recortes de empleos, que se suman a los que se pierden en nombre de la búsqueda de beneficios por productividad. Se puede cuestionar la lógica que conduce a tales resultados. Debemos buscar explicaciones simples. Como es frecuente, la lógica que rige tanto la toma de decisiones económicas como la de decisiones políticas es una lógica de corto plazo, incapaz de abarcar la totalidad de un problema. La carrera por la productividad y las relaciones de poder son una máquina de concentrar la riqueza en manos de unas pocas personas, especialmente para unas pocas empresas dominantes y sus accionistas, mientras que se multiplica el número de perdedores: desempleados, empresas declinantes y presupuestos estatales. Estas políticas son suicidas y llevan en su germen una pregunta fundamental: ¿cómo mantener la cohesión de una sociedad que no cuente con una entidad que establezca normas estrictas del juego, regule el equilibrio de poder y mantenga un Estado del bienestar?

____________

[I] Este patrón no sigue la lógica contable ni la de los saldos intermedios de gestión; los impuestos y derechos por lo general vienen antes que los beneficios y los gastos de funcionamiento no están aislados de los salarios en los saldos de gestión;

[II] Existe una encuesta anual realizada por IHS Automotive que traza en detalle la relación entre fabricantes y proveedores de equipo desde 2005

[III] Vease mi post anterior sobre las relaciones de poder

[IV] Es lo que acaban de recordar algunos periodistas con la revelación de l “leaks” o filtraciones de Luxemburgo.

[V] Véase mi anterior serie de notas sobre las clases medias

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