Una revisión del caso Enron: Lo engañoso de su buena salud (V)

Une traduction en espagnol par Myriam Fernandez De Heredia de mon billet Enron revisité : une bonne santé très trompeuse.

Post-Enron World

Una notable ironía en la saga de Enron es el hecho de que Jeffrey Skilling, su director general y hombre de paja, que sigue en prisión el momento de la escritura, había empezado su carrera en el gabinete de McKinsey & Co, del que fue socio y es que en esta empresa de consultoría de gestión se lanzaron dos innovaciones, auténticos rasgos de genialidad, que condujeron a la desaparición de la noche al día de la compañía Enron a raíz de la desestabilización producida por un pequeño accidente. Se trata del concepto de « sociedad ligera de activos » y del sistema de opciones sobre acciones (stock options).

En un época no tan lejana, se consideraba que un bebe tenía que ser « gordito ». Luego empezamos a considerar que un bebe « gordito » era en realidad « obeso », lo que no era una buena cosa, y la norma se desplazó hacia el bebé « esbelto ». La salud de un bebé enfermo de disentería se deteriora muy rápidamente y estar gordito en el momento de enfermar, visto con perspectiva, podría ser lo que le salvara la vida. En las zonas donde la disentería no es endémica, la cosa no es tan importante, hasta que llega el día del accidente individual … McKinsey & Co fue el promotor de la empresa « ligera de activos » « esbelta » de sus activos y Enron era el buque insignia del concepto. Pero es que estas empresas son como bebés delgados: tienen un aspecto más saludable que otras, pero solo mientras no están enfermas por que la transición de “esbelta” a “en los huesos” se opera rápidamente.

Las opciones sobre acciones son la otra innovación genial de la que fue inventor McKinsey. Tradicionalmente, los intereses de los acreedores de una empresa y los de sus dirigentes eran antagónicos. El tipo de interés al que se establecen las emisiones de deuda por parte de la empresa fija refleja el equilibrio de poder entre las dos partes: lo que corresponde a unos, no lo tendrán los otros. El caso de los accionistas, que es otro tipo de inversores, apenas se diferencia: los dividendos representan (al menos en principio) una « parte » de la riqueza creada por la empresa y lo que recibirán los accionistas no lo recibirán los dirigentes de la empresa.

¿Por qué tolerar más tiempo, se plantea al principio de la década de 1970, que deban enfrentarse unos agentes económicos que frente a los asalariados están « del mismo lado »? Después de todo, ¿no los confundía Marx en la categoría de los « capitalistas », mientras que los ejecutivos de la empresa no tienen a priori nada que ver con el « capital »? ¿Por qué no alinear sus intereses?

Pero en un país como los Estados Unidos, donde los dividendos soportan más impuestos que la apreciación del precio de las acciones – por una de esas misteriosas razones que ponen en duda la inteligencia humana -, una vez que los intereses de los accionistas y los dirigentes empresariales se han « alineado » con el funcionamiento de las opciones sobre acciones, la antigua finalidad de la empresa de satisfacer a sus clientes y hacer felices a sus empleados pudo arrinconarse rápidamente en el almacén de los accesorios, ya que lo que importaba ahora se limitaba a una sola cosa: hacer subir el precio de las acciones de trimestre en trimestre.

Y en esto, los ejecutivos de Enron demostraron su maestría. Hasta el punto de vender sus conocimientos en este campo a todos los que estaban dispuestos a escuchar, que resultaron ser muy numerosos.

Si una parte importante de la remuneración de cada uno proviene de las opciones sobre acciones (¿no llegó un ejecutivo de una empresa estadounidense a no reclamar más que un dólar como salario simbólico?), todos pierden interés en cualquier otro objetivo que no sea un balance en aumento constante que impulse imperturbablemente al alza el precio de la acción, mientras que se hace caso omiso de cualquier objetivo a largo plazo que no se traduzca en el milagro del « mark to market », de la “cotización de mercado”, como maná inmediato.

Cuando las cifras financieras no eran lo suficientemente tentadoras, pues, como hemos visto, las cantidades que faltaban al final del trimestre se pedían a los “amigos de Enron” al tipo que desafiaba toda competencia del 15% durante los quince días necesarios para que el bebé recuperara sus mofletes sonrosados. Si las deudas comenzaban a tener mal aspecto se colocaban a unos “socios” que las barrían bajo la alfombra durante un tiempo que se esperaba breve.

Desgraciadamente,  como además ya se habían puesto todos los huevos en la misma cesta de un aspecto resplandeciente debido a un bronceado artificial, prometiendo arreglar inmediatamente todo problema financiero que pudiera surgir, el mínimo incidente amenazaba con echar abajo el edificio entero.

Enron sobrevivió a las pérdidas producidas en un contrato británico de gas natural y de un aditivo de carburante que no estuvieron a la altura de las expectativas; sobrevivió a los problemas de la compañía de aguas Azurix en Inglaterra y a los de la central eléctrica de Dabhol e India, que no pudo nunca despegar; sobrevivió a la enfermedad de Zayed ben Sultan Al Nahyane, emir de Abu Dabi y primer presidente  de los Emiratos Árabes Unidos, lo que no le impidió comprar algunas operaciones de Enron; sobrevivió al hecho de haber sido una adelantada a su tiempo en relación con Internet creando una banda que pasaba sobre fibra óptica en tal cantidad que el mercado no la pudo absorber.

Entonces bastó con que la firma de auditoría Arthur Andersen descubriera que una de las “asociaciones” salvadoras provisionales  tenía un déficit de fondos externos (debido a un complejo cálculo de la garantía mal comprendido) para que Enron – cuya calificación nunca se había despegado de « BBB » – se derrumbara en sólo 46 días en un proceso catastrófico, parecido, como acertadamente declaró Jeffrey Skilling ante un comité del Congreso el 7 de febrero de 2002, a un pánico bancario. Solo quedaba que todos empezaran a tirarse mutuamente los trastos a la cabeza.

Fue hace exactamente once años. ¿Han cambiado las cosas desde entonces? Sí: la Ley Sarbanes-Oxley de 2002 responsabilizó a los líderes empresariales de Estados Unidos de las cifras publicadas balance financiero de su empresa. Para todo lo demás, y como todo el mundo sabe, ahora es mucho peor.

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